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lunes, 26 de noviembre de 2012

Monólogo Furioso



¡Aarrgggh! Estoy cansado de escuchar siempre las mismas estupideces. Tomó el vaso que estaba encima de la mesa, fue a la heladera, otra vez vacía, olvidé reponer la leche, claro, si no la compro yo, no la compra nadie. La mesa llena de bolsas de comestibles vacías. Ceniceros repletos de colillas. Tenía los pelos revueltos, se tomó la cabeza. ¿Por qué carajo tengo que ordenar siempre? ¡La extraño! Estrelló  el vaso contra la pared, se hizo añicos. Fui un completo imbécil, ¿cómo le pude creer?  Le pega a las paredes, se lastima las manos. Se detiene a mirar una de las manos, sangra. ¡Sangre! ¡No! El día que nos reunimos tampoco podía decirle que no, era la oferta perfecta. Yo no hablaba, y las cosas quedaban enterradas. Pero ahora, me está arruinando, no puedo pensar en otra cosa, 26 de agosto de 1950, ya hace diez años que cargo con la culpa. Era sólo una niña, una pequeña niña de  trece años. ¿Por qué le hicieron eso? ¿Por qué? ¿Por qué tuve que pasar justo por ese sitio? Estoy condenando, ya no tengo vuelta, este idiota de Farrell, mafioso, asesino. No puedo hablar, si hablo muero. Soy un estúpido. Un flaco ridículo. Tengo una vida miserable, no tengo familia. Mi novia me abandonó. El gato murió la semana pasada, ese tierno y dulce gato. ¡Mierda! No puedo quitarme la imagen de la cara de aquel hombre que parecía salido de una película de terror. Retrasado, estúpido, inútil. Sucio humano. Abrió el cajón de la cocina y  sacó una cuchilla. Cortó la remera  manchada que antes había sido blanca. Me veo espantoso. Todavía puedo sentir el inmundo olor del lugar. El frío pavimento plagado de humedad.  El hedor a sangre fresca, las ratas  saboreando el cadáver como en un gran festín. ¿Por qué?  Se sentó frente al espejo con el torso descubierto, encendió un cigarrillo y quedó contemplándose a través del reflejo. No sólo me abandonaron, sino que me abandoné completamente, doy lástima. ¿Hace cuánto que no te afeitas, John? ¿John, qué te pasó? ¡Aaaaaaaaaah! Llora, sacude la cabeza de lado a lado. Golpea  uno de los pies contra el piso, una y otra vez ¿Por qué John? ¿Por qué? ¿Qué hice yo?  Si hubiera sido más prudente, pero no, vi eso y enseguida me fui al café de la esquina a juntarme con uno de mis clientes. Quise hacer como si nada hubiese pasado. No quise estar allí.  Fue una pesadilla, John.  Se agarró la cara y la estiró cada vez más. Me quiero arrancar los ojos. No, John, de ninguna manera. Se paró y abrió uno de los postigones de la ventana que da a la avenida principal 



¡Aaaaaaaaaaaaarrrrrrrrrggggggggggggggh!
¿Estás loco John? ¿Loco? Lo-co L-o-c-o L-O-C-O  No, no estás loco, John. Irás a uno de esos médicos que curan todo, John, a un psicólogo. Sí, a un psicólogo, a una persona que escuche mis problemas. No, John, no, me mandaría declarar. Sería cómplice del asesinato. ¿Cuántos años de cárcel, John? ¿Cuántos? ¿Y un cura? Un cura no puede decir nada. Sí, me voy a confesar. El cura no puede decir nada, el cura no puede decir nada, ja- ja-ja, el cura no puede decir nada, John.
 

(2007)




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