¡Aarrgggh! Estoy cansado de escuchar siempre las mismas estupideces. Tomó el vaso que estaba encima de la mesa,
fue a la heladera, otra vez vacía, olvidé reponer la leche, claro, si no la
compro yo, no la compra nadie. La mesa
llena de bolsas de comestibles vacías. Ceniceros repletos de colillas. Tenía
los pelos revueltos, se tomó la cabeza. ¿Por qué carajo tengo que ordenar
siempre? ¡La extraño! Estrelló
el vaso contra la pared, se hizo añicos.
Fui un completo imbécil, ¿cómo le pude creer? Le pega
a las paredes, se lastima las manos. Se
detiene a mirar una de las manos, sangra. ¡Sangre! ¡No! El día que
nos reunimos tampoco podía decirle que no, era la oferta perfecta. Yo no
hablaba, y las cosas quedaban enterradas. Pero ahora, me está arruinando, no
puedo pensar en otra cosa, 26 de agosto de 1950, ya hace diez años que cargo
con la culpa. Era sólo una niña, una pequeña niña de trece años. ¿Por qué le hicieron eso? ¿Por
qué? ¿Por qué tuve que pasar justo por ese sitio? Estoy condenando, ya no tengo
vuelta, este idiota de Farrell, mafioso, asesino. No puedo hablar, si hablo
muero. Soy un estúpido. Un flaco ridículo. Tengo una vida miserable, no tengo familia.
Mi novia me abandonó. El gato murió la semana pasada, ese tierno y dulce gato. ¡Mierda! No puedo quitarme la imagen de
la cara de aquel hombre que parecía salido de una película de terror. Retrasado,
estúpido, inútil. Sucio humano. Abrió el
cajón de la cocina y sacó una cuchilla.
Cortó la remera manchada que antes había
sido blanca. Me veo espantoso. Todavía puedo sentir el inmundo olor del
lugar. El frío pavimento plagado de humedad. El hedor a sangre fresca,
las ratas saboreando el cadáver como en
un gran festín. ¿Por qué? Se sentó frente al espejo con el torso
descubierto, encendió un cigarrillo y quedó contemplándose a través del
reflejo. No sólo me abandonaron, sino que me abandoné completamente, doy
lástima. ¿Hace cuánto que no te afeitas, John? ¿John, qué te pasó? ¡Aaaaaaaaaah! Llora, sacude la cabeza de lado a lado. Golpea uno de los pies contra el piso, una y otra vez
¿Por qué John? ¿Por qué? ¿Qué hice yo?
Si hubiera sido más prudente, pero no, vi eso y enseguida me fui al café
de la esquina a juntarme con uno de mis clientes. Quise hacer como si nada
hubiese pasado. No quise estar allí. Fue
una pesadilla, John. Se agarró la cara y la estiró cada vez más. Me
quiero arrancar los ojos. No, John, de ninguna manera. Se paró y abrió uno de los postigones de la ventana que da a la avenida
principal
¡Aaaaaaaaaaaaarrrrrrrrrggggggggggggggh!
¿Estás loco John? ¿Loco? Lo-co L-o-c-o L-O-C-O No, no estás loco, John. Irás a uno de
esos médicos que curan todo, John, a un psicólogo. Sí, a un psicólogo, a una
persona que escuche mis problemas. No, John, no, me mandaría declarar. Sería
cómplice del asesinato. ¿Cuántos años de cárcel, John? ¿Cuántos? ¿Y un cura? Un
cura no puede decir nada. Sí, me voy a confesar. El cura no puede decir nada,
el cura no puede decir nada, ja- ja-ja, el cura no puede decir nada, John.
(2007)
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