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lunes, 13 de febrero de 2012

Hombre ausente

Todo comenzó con la muerte. Ella no va a volver jamás.  Nadie le devolverá al hombre el amor que ella le daba. Luego del velorio él había decidido tomar un avión; marcharse de todo lo que le hacía recordar.  La decisión fue mala desde el comienzo. Le había llevado rosas amarillas. La primera mujer que se sentó a su lado olía a ella.  El aroma lo deshizo despertando el recuerdo de la piel. De las manos y muñecas. ¡Maldita piel!, - pensó-,  si tan sólo no existiera.
-      
-         -  Por favor, ¿podría cambiarme de asiento?

Ya era tarde.  Lo que el aroma había provocado ya nada ni nadie lo volvería a adormecer. Guardó las manos en el bolsillo buscando la nota en donde tenía los horarios del tren que se tomaría luego de bajar del avión.

Aquello era un gran ave blanca transitando entre medio de un oscuro manto negro aterciopelado.  Fuera no había nada, ni si quiera una mísera estrella. Dormían. Todo era silencio.
Esa soledad que a veces lo invadía lo llevaba a  pensar en otro sitio, y otro tiempo en el que él podría ser un payaso de pelos verdes y enredados que tenía como objetivo de vida lograr un viaje  al horizonte. Tal vez un payaso que navegara un barco de carga. Y que dentro del barco llevara patrullas de pingüinos que obedecían al mandato de sus piruetas.

El personaje era feliz mientras los pingüinos lo acompañaban.

El hombre no sabía por qué pensaba en esas cosas.
Sin duda eran historias que lo alejaban de la tierra. Lo alejaban de la gente. De ella; de la muerte y del mundo.

Anunciaron el aterrizaje.

Hubiese querido que ese momento nunca llegara.  Vivía en él la sensación de que si resistía más tiempo en la oscuridad podría resolver cualquier sentimiento encontrado. Cualquier problema.
Los hombres comenzaron a caminar en filas levantando sus equipajes y transitando a paso lento hacia dentro del aeropuerto. La mayoría llevaba gabardinas y todos parecían detectives que marchaban con un destino bien definido. Pero él no. Él era diferente; no tenía ningún rumbo marcado. No tenía tampoco –parecía- ningún caso que resolver.

Con el primer pie puesto en la tierra se encargó de conseguir una cajilla de cigarrillos, y dejarse llevar por el aroma del tabaco rubio y suave ¿En qué había pensado?, huir del lugar de los recuerdos sólo había conseguido acentuar la cinta cinematográfica que cargaba en su cabeza.

El sabor en la boca, la mirada oculta tras gafas negras de sol y una pequeña valija donde guardaba lo que él había decidido llamar antes de partir “la lista de cosas que se necesitan de verdad”, esa postura y otras cosas era lo que  lo mantenían de pie. Con esa elegancia y discreción.  Con ese dolor que olía a whisky para no mojar la almohada.  “Los hombres no lloran” le había dicho su abuelo cuando él tenía cinco años. Lo había recordado siempre durante todos los años de la adolescencia.  Y ahora volvía a hacerlo:

Había estado en el jardín juntando leños para encender la estufa. Se había clavado una espina. Y había llorado. El abuelo se había limitado a refunfuñar. Le había quitado el tronco de las manos con cierta brusquedad. Había echado a Flora,  la abuela, cuando ésta se acercó con un botiquín de primeros auxilios, y junto al botiquín toda su maternal dulzura.

Déjame ver, mi amor –  había dicho la abuela al niño. No lo malcríes – había contestado  el abuelo. ¿Quiere un vaso de Coca Cola chiquitín? ,  - preguntó la abuela al nieto.  No, gracias, había contestado por lo bajo. Déjalo que crezca de una vez, interrumpió el abuelo.  ¿Un heladito? ¿Un flan? Siguió interrogando la señora.  Helado, sí, un poco, había dicho el niño. Levanta los troncos que quedan – dijo el abuelo. La abuela no interrumpió y acto seguido el niño había quedado bajo la lluvia levantando  troncos que pensaban más que él.

Se había desatado una tormenta. Al salir del aeropuerto las calles de la ciudad estaban ensopadas por completo. La gente corría de un lugar a otro huyendo de la lluvia.
Decidió caminar arrastrando su equipaje a un café cercano. Una pareja feliz tomaba la merienda del otro lado del vidrio.  Recordó una ida a la playa, a pesar de que a simple vista  parecía que la lluvia nada tenía que ver con la arena.

El mar estaba calmo. Las olas rompían en la orilla bajo un cielo a punto de estallar en agua. Los pies descalzos crujían junto con las tablas del piso. Él se había hamacado en la mecedora esperando que diera la vuelta y lo viera. La observó.

Pensó que ya se conocían. Ellos habrían querido ir a Paris siempre.

Dijo:
En algún sitio del cosmos las personas se agrupan según sus sueños. Y usted y yo hemos tenido los mismos sueños.

Respondió:
Y usted, ¿cómo sabe?

Dijo:
No lo sé. Sólo lo sé. Conozco sus movimientos, no sé explicarlo. Pero le conozco, y eso a veces me provoca ganas de llorar.

Da la vuelta, avanza, y responde:
¿Llorar? ¿Por qué habría de llorar?

Dice:
Es una tristeza extraña.

Responde:
¿Por qué tristeza? ¿Y por qué extraña?,  no le temo a la tristeza.

Dice:
Usted hace muchas preguntas que yo no sé responder.

El viento sacudió las ropas. Voló arena hacia el oeste. Sintió deseos de acercarse un paso más. De a ratos  tenía breves impulsos de llegar a donde estaba ella. De traspasar el cuerpo.  Pero se quedó inmóvil. Mientras la observó estática recordó todas las veces que había tenido algo para decir y no lo había dicho. Él siempre sentía que había un muro entre su mundo, el mundo, y el mundo del otro.  Sentía que cuánto más se decía más crecía la distancia.

Ella ya no estaba.

Y del otro lado del mundo, en medio de una ruta, caminando de espaldas, un hombre de gabardina cumplía con su misión.

Y él allí haciendo de cuenta. El hombre que nunca estuvo. “El hombre nunca estuvo allí". El rostro. El peinado. El blanco y el negro. La ausencia. El humo del cigarrillo. ¿Dónde había estado realmente ese personaje que se había mostrado todo el tiempo, y sin embargo ausente?

2 comentarios:

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    1. Cynovich!, me alegro que le gusten los dibujitos :), sí los hice yo, aunque mediante el proceso de escáner quedaron un poco estropeados. Aqui se ven mejor, y ay unos pocos más: http://www.flickr.com/photos/wallowawaytheeveninghours/

      Interesante la entrada que subió, es una gran librería, aunque hace poco fui y no tenían un libro que estaba buscando :(. Pura mala suerte. Un libro en extinción.
      Saludos.
      E!

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